Os invito a que os preparéis algún texto de los que os escribo, lo preparéis antes(así conoceréis una nueva faceta personal vuestra) y luego cuando creáis que ya podemos disfrutar todos con vuestra actuación, lo leáis en clase.
Frente a la fuente de enfrente la frente
Fuensanta frunce; Fuensanta frunce la frente frente a la fuente de enfrente. ¿La frunce o finge fruncirla? ¿Finge Fuensanta fruncir? ¡Fuensanta no finge, frunce! ¡La
frente frunce Fuensanta! Frunce Fuensanta la frente frente a la fuente de
enfrente.
Ese Lolo es un lelo, le dijo Lola a don
Lalo, pero don Lalo le dijo a Lola: No, Lola, ese Lolo no es Lelo, es un Lila.
¿Es un Lila, don Lalo, ese Lolo, en vez de ser lelo? Sí, Lola, es un lila y no
un lelo ese Lolo, le dijo don Lalo a Lola.
El tomatero Matute mató al matutero Mota,
porque Mota el matutero tomó de su tomatera un tomate, y como notó Matute que
un tomate tomó Mota, por eso, por un tomate, mató a Mota el matutero el
tomatero Matute.
Traté de darle a Atilano la tila que toma
Atila, y Atilano dijo: No, tómate la tila tú, porque me temo no atino cómo la
tila se toma. Y si la tila Atilano cómo se toma no
atina, y teme cómo se toma, me tomaré yo la tila, la tila que Atila toma, que Atilano no tomó.
Cuando cuentes cuentos, cuenta
cuántos cuentos cuentas; cuenta cuántos cuentos cuentas cuando cuentos cuentes.
En el yermo llano llueve llanto,
en el llano yerto llanto llueve. Llorando yo llamé, llamé llorando, y la lluvia
llenó yertas llanuras. Llanto llueve sobre el llano yerto, llueve llanto sobre
el yermo llano. Y yo no llamo ya, yo ya no lloro.
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Con desasosiego, avanzando con pasos
silenciosos, los segadores segaban las mieses doradas. El viento silbaba
débilmente desde el oeste balanceando las espigas.
Las gargantas desgranaban canciones
bailables y festivas: alboradas, cantos de bodas, de siembra y siega, bonitas y
antiguas coplas del lugar con gritos y ayes guturales típicos. El sol brillaba
en la bóveda celeste y sus rayos levantaban dolorosos escozores en los hombros
y espaldas desnudos. Sin embargo sabían que, después de algunas horas, les
esperaban los grandes y gallardos álamos que se elevaban en la ribera bajo
cuyas sombras los hombres descansarían con sosiego a mediodía y gozarían de una
merecida siesta. A veces, los segadores se procuraban leves pausas; el dorso de
su brazo limpiaba las gotas de sudor que resbalaban por sus sienes, bebían
ávidamente el agua refrescante de un botijo de barro blanco y, con su lengua,
después, ensalivaban sus labios.
(Marina
Cuervo y Jesús Diéguez: Mejorar la expresión oral. Animación a
través de dinámicas grupales,
Madrid,
Narcea, 1991.)
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